viernes, 13 de julio de 2007

El Graciosillo Cabron

He de confesarme un enamorado de las bromas televisivas, radiofónicas y en cualquiera de sus formas; el humor –téngalo nuestra sociedad a buen recaudo- es la aspirina del alma. A muchos les vendría bien practicarlo un poco más, ya sea activamente (gastando alguna broma ¡no por eso debemos ser tachados de infantiles!); o bien pasivamente, como puede ser escuchando o viendo programas del tipo gags. Mi pasión por estos espacios la heredé de mi madre, quien es capaz de vomitar y romperse una costilla mientras se revuelca de risa con una buena secuencia de bromas pesadas (o buenos golpes que también se disfrutan). Creo que, aunque enrevesado, todo subyace en el dolor. En el dolor ajeno en principio. Nos encanta ver como una abuela se parte la espina por las escaleras, como un falso policía mangonea a una chica de buen ver: ¡disfrutamos de su jodienda! No lo condeno. Yo humildemente digo, aprendamos a reírnos de nosotros mismos –de los demás ya sabemos hacerlo bien- como ejercicio espiritual, como bálsamo para estos tiempos en los que ver el telediario significa revolverse las tripas. La broma que les presento tiene muy, muy, muy mala idea. ¡Es buenísima! Entiendo perfectamente que el bromista fuera perseguido. Hay cosas como los mocos o las gotitas de orina, que sólo toleramos si son propias…hasta ahí sigo siendo antiguo. Solidaridad en el humor, pero no con las secreciones y excrementos. Amén.

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